Despertarse con un beso o con musiquita en el despertador. Despertarse y quedarse unos cinco minutos más, haciendo pereza. Desayunar sentado con chocolate y arepa. Bañarse en agua caliente sin que le toquen la puerta para afanarlo. Irse a trabajar o a estudiar sin que lo empujen y sin afanes. Saludar a todos los compañeros de trabajo o estudio con cariño y que todos respondan igual.
Organizar la actividad del día y que todo quepa para que quede bien hecho. No tener más de una reunión en el día. Tomarse el primer tintico o aromática, saboreadito. Terminar la mañana contento y con hambrecita para un almuerzo bien ganado. Dormir cinco minutos en la oficina o la casa sin que nos interrumpan. Trabajar y trabajar con cariño y alegría, con una pausa que me permita intercambiar una noticia o chisme inofensivo.
Salir para la casa con algo bueno que contar y con las alegrías de llegar a quitarse los zapatos. Recibir y ser recibo con un beso, una sonrisa, un “que bueno”. Comer en la mesa rodeado de mi gente y escuchando lo que cada uno hizo en el día. Mirar televisión bien acompañado y compartiendo el control remoto. Leer un buen texto o novela y apagar la luz cuando se nos cierran los ojos.
Llamar al amigo o pariente que esta triste o enfermo para decirle que estamos con él. Dar y recibir un beso de buenas noches. Soñar con lo que más nos gusta o con quien queremos soñar. Comer lo que nos gusta con moderación o mejor, aprender a comer bien. Hacer cada día un poco de ejercicio físico.
Dedicar varios ratos del día a mirar para adentro, meditar, reflexionar. Intentar hacer un poema o cuento. Pasar muchas horas en el campo, observando y aprendiendo de la naturaleza.
Y si todavía nos acordamos rezar el:
“Ángel de mi guarda, dulce compañía…”
Para todo lo anterior no es necesario ser millonario. Pero sí es necesario gozar de paz interior, la verdadera paz.
Samuel Arango M.